Por: CITLALLI ZOÉ SÁNCHEZ
P Resentía que esa mañana algo estaba mal. Fue a buscar a su primo, como lo hacía cada fin de semana para jugar basquetbol. Lo vio normal pero le dijo que se sentía un poco cansado y prefería descansar.
Se fue a jugar, sin embargo, el extraño presentimiento lo intranquilizaba. Acabó "la cascarita" y regresó a la casa de su pariente. Saludó a su tía y pasó de largo al cuarto donde esperaba encontrar a su primo. Jamás imaginó lo que descubriría.
Su primo, atado por el cuello con un cable, pendía del tragaluz del cuarto. Quiso levantarlo pero el peso de aquel cuerpo sobrepasaba sus fuerzas. Sus gritos llamaron a los demás miembros de la familia, quienes atónitos trataban de procesar aquel cuadro. Los esfuerzos fueron inútiles. Ya estaba muerto. Niños que quedaron sin el amor de su padre. Hermanos que lloran que ese pedazo de alma les haya sido arrancado. Unos padres con el corazón desgarrado. Y esa pregunta que cala hasta penetrar el cerebro: ¿por qué?
Y en medio de ese dolor, tuvieron que enfrentar los trámites judiciales, el entierro y por si fuera poco, el nombre y domicilio de su tragedia publicada en los medios de comunicación. Hasta donde recuerdan, por parte de las autoridades no les hablaron de algún lugar en donde pudieran recibir ayuda psicológica tras ese difícil trance, ni siquiera una recomendación. Así resistieron su duelo.
El tema del suicidio en Durango ha sido considerado como un foco rojo de atención desde hace ya varios años. Incluso, la Secretaría de Salud implementó desde el 2008 el Programa Estatal de Prevención del Suicidio. También hay organismos no gubernamentales que atienden el tema, y otras instancias tales como el Instituto de Tanatología y Prevención del Suicidio de Durango. En esta última semana, las noticias de gente que decidió terminar con su vida han sido recurrentes. Hasta este 15 de febrero, eran nueve personas las que optaron por auto inmolarse. Una cifra lamentable.
Ya los especialistas en salud mental han explicado las causas y circunstancias que rodean al suicidio. En este tema, como en muchos otros, la sociedad en general necesita vencer su indiferencia, sobre todo, desde el núcleo del hogar.
El primer paso, por supuesto, es mantenerse informado sobre los factores que intervienen en un hecho de esta índole. Por ejemplo, la Secretaría de Salud indica que a partir de los 13 años y hasta los 34 años existe un mayor riesgo de suicidio. Una pronta detección de los signos de alerta puede hacer la diferencia. En especial, ayudaríamos mucho si como población no se estigmatizara a los suicidas y a sus familias. Los prejuicios y señalamientos son un obstáculo para que ellos se decidan a pedir ayuda pues se convierte en un motivo de vergüenza.
Hace ya algún tiempo, una psiquiatra disertaba que en los casos de suicidas se debería proteger su identidad tal y como sucede con las víctimas de violación, aunque su disertación tuvo poco eco. En lo particular, coincido con ella. Las familias que enfrentan un trance tan doloroso como éste quedan marcadas. El ventilar datos personales en ocasiones sólo sirve para despertar el morbo de la gente y no aporta mucho al momento de concientizar sobre el problema.
Por desgracia, aún queda mucho por hacer para la prevención del suicidio y la situación actual exige acciones inmediatas. Todos tenemos mucho por hacer. Hagámoslo.
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