domingo, 24 de marzo de 2019

La psiquiatra Julia García White después de la entrevista. :: JORGE REY/
La psiquiatra Julia García White después de la entrevista. :: JORGE REY 

La psiquiatra reconoce que «las muertes por esta causa han estado muy abandonadas por las autoridades sanitarias» y aboga por no silenciarlas

ÁLVARO RUBIOCáceres
El suicidio siempre ha estado silenciado. Ni datos, ni cifras, ni titulares han abordado el problema por miedo al efecto contagio. Sin embargo, eso ha cambiado en los últimos tiempos. Lo recomiendan los expertos, que destacan la necesidad de proporcionar pautas de actuación a educadores y profesionales sanitarios, así como difundir información que disminuya el oscurantismo y el estigma. «Hablar adecuadamente de ello ayuda a prevenirlo», destaca Julia García White, psiquiatra desde hace dos décadas y coordinadora de Salud Mental del Área de Cáceres del Servicio Extremeño de Salud (SES) desde hace 11 años. Bajo su experiencia asegura que «este asunto ha estado muy abandonado por las autoridades sanitarias e incluso por los propios profesionales».

–¿Cómo llega una persona a pensar en el suicidio?
–Podemos tener problemas en la vida y cada uno los afronta de una manera determinada. Creo que vivimos en una sociedad donde tenemos una escala de valores bastante distorsionada. La frustración y la soledad en ocasiones les lleva a la desesperanza, es decir, al pensamiento de que ya nada se va a solucionar y de que incluso si no están aquí hacen un favor a sus familias.
–¿Qué señales de alerta se suelen dar en este tipo de casos?
–Vivimos en una sociedad en la que la gente se encuentra muy sola y a veces no tiene con quien hablar. Por eso no sólo se puede dejar en manos de los equipos de salud mental este asunto. No hay que olvidar que un porcentaje muy alto de pacientes que se quitan la vida no han entrado en una consulta nunca. Todos estamos obligados a estar pendientes y eso se tiene que llevar a todos los ámbitos. Por ejemplo, si en la escuela hay un alumno con bajo rendimiento académico, que no tiene amigos, suele estar solo y lo ven triste, ya hay señales de alerta importantes y los profesores, al ser menor de edad, deberían ponerse en contacto con familiares y médicos de Atención Primaria.
–¿Qué protocolo se activa cuando existe riesgo suicida?
–Tanto en las consultas programadas como en las urgencias exploramos el riesgo suicida. Ante el mínimo indicio de que una persona puede llegar a realizarlo tomamos medidas. Si solo son indicios se valoran con cierta frecuencia y si el riesgo es real intentamos que la persona ingrese en el hospital.
–¿Además del trabajo en la consulta con psiquiatras y psicólogos, cómo se puede evitar el suicidio?
–Con determinadas políticas. Hay que tener en cuenta que el suicidio provoca el doble de fallecidos en España al año que los accidentes de tráfico. Igual que hay políticas sobre esa cuestión, tiene que haberlas para evitar suicidios. Este asunto debe abordarse como un problema de salud pública.
–¿Qué medidas se tienen que poner en marcha?
–Hay que sensibilizar a la población. Siempre ha habido oscurantismo respecto al suicidio. Seguimos pensando que no hay que hablar de este tema a la población. Incluso algunos profesionales sanitarios que no trabajan en salud mental así lo creen. Piensan que no hay que explorar las ideas suicidas y muchas veces desde otros servicios no se pregunta por miedo a incitar al paciente. Con mucha delicadeza y planteando las cuestiones adecuadas es un tema que hay que explorar. Es nuestra obligación como médicos.
–Hasta hace pocos años los medios de comunicación también han silenciado los suicidios. ¿Hablar de este asunto puede reducir el número en las estadísticas?
–Hay que hablar de ello y los medios de comunicación tienen una importante labor en este asunto. Hay que concienciar a la población para que deje de ser estigmatizante. Estamos tardando mucho en dar visibilidad a los suicidios. Afortunadamente hemos notado que desde hace pocos años algo ha empezado a cambiar a nivel social y político. No se trata de hablar por hablar, sino de concienciar a la población de la importancia que tiene el bienestar psicológico e informar de los recursos que existen cuando una persona está mal.

La familia

–¿Se avisa a los familiares de un paciente cuando existen factores de riesgo o eso choca con el secreto profesional?
–A veces nos sentimos muy solos cuando nos enfrentamos a este problema porque se entra en contradicción con la Ley de Autonomía del Paciente. En ocasiones se dan situaciones complicadas. Intentamos por todos los medios convencerlos de que tienen que ingresar. Si el riesgo es más bajo proponemos una valoración semanal en el equipo de salud mental y de eso estamos pendientes todos los profesionales. Desde psicólogos a enfermeros pasando por los médicos de Atención Primaria, con los que es muy importante el contacto continuo. Si el riesgo es muy alto y pensamos que puede haber un suicidio inminente procedemos a activar el 112. Luego se le comunica al juez que es un ingreso involuntario y el juzgado decide.
–¿Es más difícil asumir la pérdida de un familiar cuando se debe a un suicidio?
–Cuando hay un suicidio los familiares quedan absolutamente devastados, con un gran sentimiento de culpa. Es necesaria la atención a las segundas víctimas, que son los familiares, los profesionales que nos dedicamos a esto y todo el entorno del paciente. El duelo es mucho más complicado porque hay que acabar con el sentimiento de culpa y el estigma asociado al suicidio. Las familias quedan totalmente marcadas y la mayor parte de ellas acaban en nuestras consultas. Un fallecimiento de un ser querido es difícil que se supere sea la causa que sea, siempre queda una cicatriz. Cuando se trata de suicidio el duelo es más complejo y la herida mucho más profunda.

sábado, 16 de marzo de 2019

¿Qué sabemos de la tanatología?

Por: FRANCISCO FONSECA

La Tanatología tiene su origen en la mitología griega, en la palabra Thánatos, que era la personificación de la muerte sin violencia. Su toque era suave, como el de su gemelo Hipnos, el sueño. La muerte violenta era el dominio de sus hermanas amantes de la sangre: las Keres, asiduas al campo de batalla.

¿Por qué nos cuesta trabajo despojarnos de la vida? ¿No nacemos para morir? ¿No todo es cíclico? El día, la noche, la infancia, la vejez, la escuela, los trabajos, los amores. ¿No es la existencia un ciclo mismo? Por supuesto.

Nos cuesta trabajo despojarnos de la vida porque no lo aprendemos en la escuela, nadie nos ilustra al respecto; pero no ahora, sino ancestralmente, nadie ha enseñado a otro a morir.

Recientemente el ser humano ha tomado conciencia de la importancia del conocimiento de la cercanía de la muerte. Hoy hay tanatólogos por todo el mundo. Tengo una apreciada amiga que reside en Miami, Lucila Canino, dedicada a esta importantísima labor desde la década de los ochentas. Afirma que su especialidad se ubica en la Medicina Paliativa Integrativa en el cuidado al final de la vida. Sus pláticas y conferencias destacan proyectos determinantes como “Caminemos Juntos” y “Vivir hasta despedirnos”. Ha perfeccionado su tesis en el “Acompañamiento y soporte a pacientes en soledad”, porque tal como ella misma lo expresa: “su efecto recorre la Espiritualidad al final de la vida”.

No obstante nos cuesta mucho trabajo entender la muerte. Y sobre todo cuando son seres queridos; no lo comprenderemos jamás mientras no entendamos el paso, el enlace de una vida a otra, el cambio de un nivel de conciencia a otro, con diferente manifestación, o bien, como decía León Felipe: “es un cambio de tren, un pequeño transbordo…”

Recuerdo que hace muchos años leí un artículo que me llamó la atención porque hacía referencia a la curiosidad de varios médicos de un hospital en Boston por conocer el peso material del alma humana. Estos científicos colocaron las patas de las camas de sus pacientes agonizantes sobre unas básculas supersensibles; al momento de morir cada cuerpo pesaba 28 gramos menos. Este descubrimiento me provocó una inquietud que he llevado a lo largo de mi vida, buscando siempre respuestas.

Supuestamente esos 28 gramos menos son una energía que se libera al morir el cuerpo. Y esa energía a la que llamamos alma o espíritu, no se destruye; se libera de su jaula corporal y va hacia algún lado.

Hay infinidad de escritores que han versado sobre el tema. Desde Santo Tomás de Aquino hasta Elizabeth Kübler-Roos, pasando por Sherman, Moody, J. J. Benitez, Viktor E. Frankl, et al.

Jesús de Nazareth decía hace 2 mil años: “el que cree en mí no morirá, sino que vivirá eternamente”. Todos los profetas de las religiones humanas hablan del más allá, léase “otra vida, la resurrección, la reencarnación, era de la iluminación”, etc.

La ciencia, que generalmente tiene puntos de vista opuestos a la religión, ha logrado acercarse un poco más a ese misterio que llamamos muerte. Desde que los médicos empezaron a practicar la resucitación artificial, por medio de masajes, inyecciones o choques eléctricos, se han dado miles de testimonios de pacientes muertos durante varios minutos que al ser vueltos a la vida narran experiencias más o menos similares: un desprendimiento total, una visión general desde lo alto, el paso por un túnel oscuro hacía una luz difusa y brillante, colores y música, y sobre todo una total tranquilidad y paz.

Podría yo escribir muchísimo sobre este apasionante tema que necesariamente nos debe interesar a todos. Sin embargo creo que lo esencial es que sepamos que el momento más importante de nuestra vida es nuestra muerte. Tal vez se oiga descarnado, pero nacemos para morir, y lamentablemente nadie está preparado para ese momento, siendo el más crucial y bello en nuestro devenir.

Lamentablemente hemos sido educados en el temor a la muerte. Yo diría terror. Se dibuja a la muerte siempre vestida de negro, o con las más desagradables manifestaciones. El ser humano rechaza y teme, por naturaleza, lo que no comprende o no conoce. Estos temas son ríspidos para leerse y tratarse; pero deben conocerse.

Estos últimos 2 mil años, el hombre ha vivido inmerso en el oscurantismo y en la falta de información. Ciertamente han sido 20 siglos de descubrimientos y avances en ciertas disciplinas, pero también de destrucción, de guerra, y de pretender acabar con la esencia misma del conocimiento, que es la luz.

Nunca como ahora, el mundo está en el portal de una era nueva, de tecnología avanzadísima, de inventos increíbles, y de una gran espiritualidad.

Hoy la humanidad toda se dirige a pasos agigantados hacia una nueva era de comprensión y de entendimiento. Es justo pues, que conozcamos y razonemos sobre la verdad de nuestra existencia, sobre nuestro paso por este mundo, y sobre una vida infinitamente superior que espera al final.

Premio Nacional de Periodismo 2018