Por: FRANCISCO FONSECA
La Tanatología tiene su origen en la mitología griega, en la palabra Thánatos, que era la personificación de la muerte sin violencia. Su toque era suave, como el de su gemelo Hipnos, el sueño. La muerte violenta era el dominio de sus hermanas amantes de la sangre: las Keres, asiduas al campo de batalla.
¿Por qué nos cuesta trabajo despojarnos de la vida? ¿No nacemos para morir? ¿No todo es cíclico? El día, la noche, la infancia, la vejez, la escuela, los trabajos, los amores. ¿No es la existencia un ciclo mismo? Por supuesto.
Nos cuesta trabajo despojarnos de la vida porque no lo aprendemos en la escuela, nadie nos ilustra al respecto; pero no ahora, sino ancestralmente, nadie ha enseñado a otro a morir.
Recientemente el ser humano ha tomado conciencia de la importancia del conocimiento de la cercanía de la muerte. Hoy hay tanatólogos por todo el mundo. Tengo una apreciada amiga que reside en Miami, Lucila Canino, dedicada a esta importantísima labor desde la década de los ochentas. Afirma que su especialidad se ubica en la Medicina Paliativa Integrativa en el cuidado al final de la vida. Sus pláticas y conferencias destacan proyectos determinantes como “Caminemos Juntos” y “Vivir hasta despedirnos”. Ha perfeccionado su tesis en el “Acompañamiento y soporte a pacientes en soledad”, porque tal como ella misma lo expresa: “su efecto recorre la Espiritualidad al final de la vida”.
No obstante nos cuesta mucho trabajo entender la muerte. Y sobre todo cuando son seres queridos; no lo comprenderemos jamás mientras no entendamos el paso, el enlace de una vida a otra, el cambio de un nivel de conciencia a otro, con diferente manifestación, o bien, como decía León Felipe: “es un cambio de tren, un pequeño transbordo…”
Recuerdo que hace muchos años leí un artículo que me llamó la atención porque hacía referencia a la curiosidad de varios médicos de un hospital en Boston por conocer el peso material del alma humana. Estos científicos colocaron las patas de las camas de sus pacientes agonizantes sobre unas básculas supersensibles; al momento de morir cada cuerpo pesaba 28 gramos menos. Este descubrimiento me provocó una inquietud que he llevado a lo largo de mi vida, buscando siempre respuestas.
Supuestamente esos 28 gramos menos son una energía que se libera al morir el cuerpo. Y esa energía a la que llamamos alma o espíritu, no se destruye; se libera de su jaula corporal y va hacia algún lado.
Hay infinidad de escritores que han versado sobre el tema. Desde Santo Tomás de Aquino hasta Elizabeth Kübler-Roos, pasando por Sherman, Moody, J. J. Benitez, Viktor E. Frankl, et al.
Jesús de Nazareth decía hace 2 mil años: “el que cree en mí no morirá, sino que vivirá eternamente”. Todos los profetas de las religiones humanas hablan del más allá, léase “otra vida, la resurrección, la reencarnación, era de la iluminación”, etc.
La ciencia, que generalmente tiene puntos de vista opuestos a la religión, ha logrado acercarse un poco más a ese misterio que llamamos muerte. Desde que los médicos empezaron a practicar la resucitación artificial, por medio de masajes, inyecciones o choques eléctricos, se han dado miles de testimonios de pacientes muertos durante varios minutos que al ser vueltos a la vida narran experiencias más o menos similares: un desprendimiento total, una visión general desde lo alto, el paso por un túnel oscuro hacía una luz difusa y brillante, colores y música, y sobre todo una total tranquilidad y paz.
Podría yo escribir muchísimo sobre este apasionante tema que necesariamente nos debe interesar a todos. Sin embargo creo que lo esencial es que sepamos que el momento más importante de nuestra vida es nuestra muerte. Tal vez se oiga descarnado, pero nacemos para morir, y lamentablemente nadie está preparado para ese momento, siendo el más crucial y bello en nuestro devenir.
Lamentablemente hemos sido educados en el temor a la muerte. Yo diría terror. Se dibuja a la muerte siempre vestida de negro, o con las más desagradables manifestaciones. El ser humano rechaza y teme, por naturaleza, lo que no comprende o no conoce. Estos temas son ríspidos para leerse y tratarse; pero deben conocerse.
Estos últimos 2 mil años, el hombre ha vivido inmerso en el oscurantismo y en la falta de información. Ciertamente han sido 20 siglos de descubrimientos y avances en ciertas disciplinas, pero también de destrucción, de guerra, y de pretender acabar con la esencia misma del conocimiento, que es la luz.
Nunca como ahora, el mundo está en el portal de una era nueva, de tecnología avanzadísima, de inventos increíbles, y de una gran espiritualidad.
Hoy la humanidad toda se dirige a pasos agigantados hacia una nueva era de comprensión y de entendimiento. Es justo pues, que conozcamos y razonemos sobre la verdad de nuestra existencia, sobre nuestro paso por este mundo, y sobre una vida infinitamente superior que espera al final.
Premio Nacional de Periodismo 2018
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